si no fuera porque temía la ira, es decir, sobre el enemigo, no fuera que sus adversarios se comportaran de manera extraña, malinterpretando o ignorando el hecho de que la interferencia de Jehová y no su poder había destruido a Israel, y para que no dijeran: Nuestra mano es alto, se ha mostrado poderoso, y el Señor no ha hecho todo esto. La transgresión de Israel sería tal que merecería la aniquilación, y sería sólo la probable arrogancia del enemigo al atribuirse a sí mismos el castigo que era solo de Dios lo que impediría que llevara a cabo esa intención.

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