Todo hombre a quien Dios ha dado riquezas y riquezas, como una bendición otorgada por la bondad amorosa de Dios, y le ha dado poder para comer de ellas y tomar su porción, en el uso legítimo de sus riquezas, y para regocijarse en su trabajar, disfrutar de su fruto según la voluntad de Dios; este es el don de Dios, para ser aceptado y usado en ese sentido solamente, y no a la manera del necio avaro que atesora sus riquezas y arruina sus oportunidades de felicidad.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad