Así diréis a José: Te ruego que perdones ahora la transgresión de tus hermanos y su pecado, porque te hicieron mal. De modo que el temor de los hijos a la venganza de José les había llevado a hacer una confesión completa a su padre y a pedirle consejo sobre este difícil asunto. Su arrepentimiento, su conversión, era ahora un hecho consumado: habían hecho una confesión plena y libre. Y ahora, te suplicamos, perdona la ofensa de los siervos del Dios de tu padre.

Así, los hermanos recibieron la seguridad perfecta del perdón de sus pecados, porque es al confesar y abandonar los pecados como se obtiene la misericordia. Y José lloró cuando le hablaron, le entristeció pensar que lo creían capaz de tal mezquindad, pero también lloró lágrimas de gozo por esta evidencia de completo arrepentimiento.

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