Por tanto, así dice el Señor de Joacim, rey de Judá: No tendrá quien se siente en el trono de David, porque su hijo Joaquín no era más que un vasallo del emperador extranjero y de ningún modo podía llamar suyo al reino; y su cadáver será arrojado al calor de día y a la helada de noche, es decir, en las tribulaciones que acompañen a su destierro.

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