El bufido de sus caballos, los del invasor, se escuchó desde Dan, en el extremo norte de la frontera de Canaán, y el profeta vio aquí a las hordas caldeas que avanzaban para someter el país; toda la tierra se estremeció al sonido de los relinchos de sus fuertes, de los orgullosos cargadores de la caballería caldea; porque han venido y han devorado la tierra y todo lo que hay en ella, la comida y los tesoros y todo lo de valor, la ciudad y los que en ella habitan.

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