entonces hablaría sin temerle, es decir, habiendo eliminado este impedimento de abrumadora majestad; pero no es así conmigo, en su propia persona no estaba consciente de ninguna razón por la que debiera temerle. La defensa de Job de sí mismo se vuelve tan enfática que raya en la jactancia moralista, un acto contra el cual todo creyente debe protegerse con el mayor cuidado.

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