Y Jefté llegó a Mizpa, a su casa, y he aquí, su hija salió a recibirlo con panderos, castañuelas y danzas, expresión de alegría suprema, brincos y saltos de felicidad; y ella era su única hija; a su lado no tenía ni hijo ni hija, la prodigaba como su mascota, la amada de su casa, todo el afecto y la devoción de un corazón que durante mucho tiempo había estado solo.

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