Su rostro, ahora que la calamidad les ha sobrevenido, es más negro que un carbón, que la negrura o el hollín; no se les conoce en las calles, porque su apariencia está tan terriblemente alterada; su piel se pega a sus huesos, a causa de la excesiva pérdida de carne que habían sufrido; está marchito, seco y amarillo; se vuelve como un palo, sin savia y sin vigor.

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