Que los pecadores, los que le niegan la fe y el servicio, sean consumidos de la tierra, y los malvados dejen de ser. Bendice, alma mía, al Señor, la última autoadmonición del salmista. Alabado sea el Señor, o "¡Aleluya!" dando plena expresión a las emociones del poeta, e invitando a la Iglesia de Dios de todos los tiempos a unirse a él en su himno de alabanza.

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