Mi fuerza se secó como un tiesto, habiéndose abandonado toda su vitalidad; y mi lengua se ha pegado a mis mandíbulas, en la agonía de la sed ardiente que padeció en la cruz; y me has metido en el polvo de la muerte, puesto allí por Dios, conforme al consejo eterno acerca de la salvación del hombre. Tanto los judíos como los paganos no hubieran tenido poder sobre Cristo si no les hubiera sido dado de arriba; la muerte de Cristo ocurrió por la voluntad de Dios.

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