Habiendo pronunciado así la palabra de Dios acerca de las naciones circundantes, revelando así el hecho de Su gobierno sobre todo, el profeta se volvió a Judá y declaró que ella también iba a compartir la condenación de las demás naciones, porque había despreciado la ley de Jehová y no había guardado sus estatutos.

Finalmente, habló con Israel. Todo lo anterior había sido una preparación para esto. Describió los pecados de Israel en detalle y con una franqueza casi sorprendente. Acusó al pueblo de injusticia, avaricia, opresión, inmoralidad, blasfemia, blasfemia y sacrilegio. Además, dijo que su pecado se había visto muy agravado por los privilegios de los que habían disfrutado. Habían visto a los amorreos destruidos ante ellos por los mismos pecados que ellos mismos habían cometido posteriormente.

Habían sido sacados de Egipto y por eso conocían el poder de Jehová. Habían levantado a sus hijos para falsos profetas y jóvenes a nazareos, y habían silenciado a los verdaderos profetas. La sentencia contra ellos era la de opresión y juicio, de la que no habría posibilidad de escapar.

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