La santificación de los sacerdotes consistía en una triple función: ablución, arreglo y unción. Acercándose con sacrificios y ofrendas, primero debía ser el lavamiento con agua y luego la vestimenta con las vestiduras sagradas. La ceremonia de consagración, con sus sacrificios y unción, enfatizó la pureza necesaria por parte de quienes ejercen el oficio del sacerdocio.

Aarón, limpio y ungido, procedió al servicio, y las ceremonias enfatizaron que la consagración del sacerdote debe expresarse en el servicio real. Todos estos ritos y ceremonias debían ser observados, no solo por Aarón, sino también por sus hijos.

Después de estas instrucciones sobre la santificación de los sacerdotes, encontramos instrucciones sobre las ofrendas diarias. Estos se tratan con más detalle en el Libro de Levítico. En la provisión hecha para la ofrenda de un cordero por la mañana y por la noche, junto con una ofrenda de comida y una libación, Jehová prometió que por este medio se reuniría con ellos y moraría entre ellos y les haría conocerlo. Así, la verdad, a la vez simbólica y gloriosa, debía mantenerse perpetuamente ante el pueblo, de que Dios sólo podía encontrarse con ellos por medio de sacrificios y con la condición de su devoción a sí mismo.

A través de todas estas disposiciones detalladas para la organización del pueblo, es de suma importancia que tengamos presente la plena intención de Dios de que otras naciones puedan llegar a conocer la bienaventuranza del pueblo directamente gobernado por Él.

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