A continuación, se le ordenó al profeta que actuara a la vista del pueblo como un exiliado que salía de su país, preparaba "cosas para llevar" y las llevaba de un lugar a otro. Obedeció la orden y su intención se cumplió cuando la gente preguntó qué quería decir.

En respuesta, predijo la captura del pueblo y los príncipes en Jerusalén, y que serían llevados a Babilonia, declarando que el príncipe (Sedequías) sería llevado cautivo a Babilonia, pero que no lo vería. Esto, por supuesto, se cumplió cuando le sacaron los ojos a Sedequías cuando fue apresado.

Además, se le encargó al profeta que adoptara otra señal, es decir, comer y beber su pan y su agua con temor y con cuidado, y con esa señal predecir las desolaciones que caerían sobre los habitantes de Jerusalén. La incredulidad del pueblo se había manifestado en proverbios, uno de los cuales declaraba el fracaso de la profecía, y otro, el aplazamiento de su cumplimiento a tiempos lejanos. En respuesta a esto, se encargó a Ezequiel que anunciara la inminencia de la visitación divina y el cumplimiento de cada palabra que se había dicho.

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