El siguiente movimiento en la profecía fue una denuncia de los falsos profetas y profetisas. Los profetas no fueron inspirados por el Espíritu de Dios, sino que siguieron su propio espíritu. Al hacerlo, habían destruido, como zorros, las mismas cercas de la viña de Dios en lugar de restaurarlas y fortalecerlas. Habían hablado en el nombre del Señor sin su autoridad. En lugar de la inspiración divina había estado la adivinación de la maldad.

Debido a esto, Jehová estaba en contra de ellos, y serían excluidos del concilio de Su pueblo y de la tierra de Israel. Su pecado inmediato había sido la promesa de paz cuando se determinara el juicio. Por sus mensajes, habían dado una falsa sensación de seguridad, que Ezequiel comparó con un muro construido con argamasa sin templar. Contra esto, Jehová procedería como un viento tempestuoso, arrastrándolo con furor con los que lo construyeron.

Las profetisas habían sido culpables del mismo mal al profetizar "de su corazón" las cosas que agradaban al pueblo, y eso para su propio enriquecimiento. Contra ellos también procedería Jehová, librando al pueblo de su mano.

Esta carga contra los falsos profetas y profetisas terminó una vez más con la declaración de propósito: "Sabréis que yo soy el Señor". Es una representación gráfica del terrible peligro de tergiversar a Jehová. No hay pecado más mortal que profesar hablar Sus mensajes y, al mismo tiempo, estar motivado por cualquier otra cosa que no sea la gloria de Su nombre.

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