La triste y trágica historia de la corrupción de Judá que se registra aquí necesita muy poco comentario. Lleva sus propias lecciones de la fragilidad de la naturaleza humana y de los efectos de largo alcance del pecado.

Sin embargo, situarlo en este punto de la historia es sugerente e importante. Tras esta revelación, estamos observando los primeros movimientos de Dios en el proceso de regeneración en medio de la degeneración de la raza. Hasta ahora, nos hemos ocupado casi exclusivamente de individuos. Poco a poco, surge a la vista la perspectiva más amplia sobre la familia y la sociedad. Las condiciones que hicieron posible el pecado de Judá, y el pecado en sí mismo, revelaron la necesidad de otra nueva partida.

Era evidente una marcada tendencia hacia la corrupción del pueblo elegido mediante el trato impío con la gente de la tierra. Si no hubiera habido un dominio divino y si estas personas se hubieran dejado a sí mismas, la semilla elegida habría sido inevitablemente corrompida por completo y los propósitos de Dios derrotados.

Mientras Judá estaba pecando así, José ya estaba en Egipto, por lo que la segregación del pueblo elegido durante un largo período ya se estaba preparando manteniéndolos separados de otras personas y por la rígida exclusividad de los egipcios.

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