En esta primera división del Libro tenemos la declaración del profeta de los problemas que afligían su alma. El primero fue la aparente indiferencia de Jehová tanto hacia su oración como hacia la condición del mal prevaleciente. A esto, Jehová respondió que estaba obrando, pero que el profeta no creería si se le decía. Luego procedió a declarar explícitamente que su método era el de levantar a los caldeos como un azote contra su pueblo.

Esta respuesta de Jehová, aunque fortaleció la fe del profeta, inmediatamente creó un nuevo problema: que Jehová debería usar tal instrumento, porque, a pesar de todo el pecado de Israel, ella era más justa que los caldeos.

La respuesta llegó de inmediato. Primero se le ordenó al profeta que escribiera y que dejara su escritura clara para facilitar la lectura. La visión que se le concedió se expresó con las palabras: "He aquí, su alma está inflada, no es recta en él, pero el justo por su fe vivirá". Esa es la revelación central de la profecía. Es un contraste entre el "engreído" y el "justo". El primero no es recto y, por tanto, condenado; el segundo actúa por fe y, por tanto, vive. El primero es egocéntrico y, por tanto, está condenado al fracaso; el segundo está centrado en Dios y, por lo tanto, es permanente. Esta fue la declaración de un gran principio, que el profeta tuvo que resolver en aplicación a todos los problemas que lo rodeaban.

A partir de este punto, la profecía se convierte en un anuncio del contraste y, por tanto, en una afirmación de fe a pesar de las apariencias.

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