Las proclamas se dividen en dos partes. El primero se refiere a los "engreídos", el segundo se refiere a los justos.

Los "engreídos" son descritos como altivos, ambiciosos, conquistadores, contra quienes el profeta pronuncia ciertos males.

Al considerarlos, se debe anotar cuidadosamente el progreso. La primera fue contra la ambición, que fue descrita. El juicio pronunciado en su contra fue una rebelión de los oprimidos y una retribución en especie. El segundo fue contra la codicia, ese deseo de posesión a expensas de otros. El juicio consistiría en que el pueblo subyugado se levantara contra el opresor, testificando las piedras y las vigas de la casa.

El tercero era contra la violencia, la imposición de crueles sufrimientos a los subyugados. El juicio fue que las mismas ciudades así construidas debían ser destruidas. El cuarto era contra la insolencia, el acto brutal de emborrachar a un hombre y luego burlarse de él. Su juicio debía ser una retribución en especie. El quinto estaba en contra de la idolatría, cuya descripción era totalmente satírica. Su juicio fue declarado dioses sin respuesta.

La declaración final del profeta a este respecto declaró que había encontrado la solución: "El Señor está en su santo templo". La aparente fuerza de la maldad es falsa. Jehová reina.

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