A esta gran súplica, Jehová respondió nuevamente declarando que la misericordia era imposible y el juicio inevitable, y esto debido al pecado de Manasés en el que se había persistido, a saber, el rechazo de Jehová por parte del pueblo. Por tanto, habían sido juzgados y el juicio debía completarse.

Al oír esto, el profeta clamó con gran angustia, y Jehová prometió fortalecerlo, al tiempo que reiteraba su determinación de castigar al pueblo.

Una vez más, el profeta respondió, primero con resignación, y luego con una oración en su nombre, que terminó con un suspiro, indicativo de la tensión que se estaba poniendo en su fe. La controversia termina con la promesa de Jehová de que si Jeremías era fiel a la palabra de Dios, Dios sería para él una defensa y una liberación.

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