Aún hablando con Sedequías, Jeremías le recordó la palabra que vino en el cuarto año de Joacim. Era un mensaje que anunciaba el juicio de Dios contra Judá, Babilonia, las naciones, el mundo.

Con respecto a Judá, la razón del juicio fue su pecado persistente. A pesar de que Jehová había hablado constantemente y los había llamado a volver a la obediencia, no habían escuchado. El juicio predicho fue la conquista de Judá por Babilonia, y su cautiverio por setenta años.

Además, la profecía predijo el juicio de Babilonia después de los setenta años por una confederación de naciones y reyes. Sin embargo, el profeta había visto más lejos y había declarado que el juicio de Dios debía caer finalmente sobre todas las naciones, y que no podía escapar de él.

Finalmente, el juicio iría de nación en nación, hasta que se levantara una gran tempestad desde los confines de la tierra. Los golpes más severos de este mal caerían sobre los pastores, es decir, sobre los reyes y gobernantes. Así, nuevamente Sedequías, al recordar la profecía pronunciada en el cuarto año de Joacim, vería cuán inevitable era la condenación que ahora lo amenazaba a sí mismo ya Jerusalén.

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