Al tratar con los sacerdotes, declaró su corrupción e indicó la línea de su castigo. Los acusó de blasfemia, por haber despreciado el nombre de Jehová; con sacrilegio, por haber ofrecido pan contaminado en su altar; con codicia, en el sentido de que ninguno de ellos se encontró dispuesto a abrir las puertas de su casa por nada; y con cansancio, en el sentido de que habían "inhalado" todo el sistema de adoración como "un cansancio".

En un estudio de estas acusaciones contra los sacerdotes, es más evidente que resintieron los cargos en su contra, como la repetición de la pregunta, "¿En qué?" muestra. Esto evidencia que el profeta protestaba contra un formalismo desprovisto de realidad. Por tanto, pronunció las amenazas de Jehová contra los sacerdotes. Sus bendiciones serían maldecidas y el castigo por su corrupción sería el desprecio del pueblo.

En esta declaración aparece un pasaje lleno de belleza, que describe el verdadero ideal del sacerdocio.

El profeta acusó específicamente al pueblo de dos pecados, y en cada caso pronunció juicio sobre ellos. Introdujo este cargo enunciando el principio de la relación común de todos con Dios como Padre, y anunciando el pecado consecuente de tratar traidoramente a los demás.

El primer pecado específico fueron los matrimonios mixtos de la gente. El segundo fue la prevalencia del divorcio. Finalmente, se encargó a toda la nación de acomodar la doctrina al deterioro de la conducta. Aunque fallaron éticamente, la gente decía que a pesar de sus malas acciones, Jehová se deleitaba en la gente, y preguntaban con escepticismo: "¿Dónde está el Dios de juicio?"

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