Llegamos ahora a los salmos finales de adoración, cada uno de los cuales se abre y se cierra con la gran llamada a la alabanza. “Aleluya, alabado sea el Señor”.

El tema de este primero es el de la suficiencia de Dios como Ayudador de su pueblo. Se abre con la nota personal de determinación de alabar (vv. Sal 146: 1-2). Como trasfondo se declara la incapacidad del hombre para ayudar. No se debe confiar en él, porque "su aliento sale". En contraste con esta impotencia, se celebra la fuerza de Jehová manifestada en la creación y el mantenimiento del orden (v.

Sal 146: 6), como se ejerce a favor del necesitado y el oprimido (vv. Sal 146: 7-9). Observe las descripciones de las personas a las que ayuda Jehová. "Los oprimidos ... los hambrientos ... los presos ... los ciegos ... los que están inclinados ... los justos ... los extranjeros ... los huérfanos y las viudas".

Luego observe cómo la actividad Divina satisface exactamente la necesidad. "Ejecuta juicio ... da pan ... desata ... abre los ojos ... levanta ... ama ... conserva ... sostiene". En contraste con la vida que se desvanece de los príncipes y los hijos de los hombres, Jehová reina por siempre y es el Dios de Sión por todas las generaciones.

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