En este capítulo, el profeta expuso aún más claramente el pecado del pueblo y habló de la desesperanza del caso desde el punto de vista humano. Esto le dio la oportunidad de anunciar la victoria de Dios, quien, a pesar del total fracaso de Su pueblo, finalmente lograría el propósito de Su amor por ellos.

El discurso comenzó con una declaración de aflicción contra Jerusalén, que el profeta describió como rebelde, contaminada y opresora. En presencia de esta absoluta desesperanza, el profeta clamó: "Por tanto, espérame, dice Jehová". Este fue el primer rayo de esperanza. La mismísima desesperanza y el pecado del pueblo hicieron necesaria la acción divina, y la acción sería el juicio. Sin embargo, el juicio no sería más que el preludio, porque apenas el profeta declaró que era inevitable, procedió a describir la restauración final.

Desde este punto la profecía es claramente mesiánica. Sofonías no dio una imagen del Siervo sufriente, ni ningún indicio de Su método. Se ocupó solo del resultado final.

Luego se dirigió al resto y les ordenó que cantaran y se regocijaran porque su enemigo sería expulsado y su verdadero Rey Jehová se establecería en medio de ellos. A continuación, los llamó al verdadero valor y al servicio.

La profecía alcanza su nivel más alto cuando Sofonías describe la actitud de Dios en lenguaje poético bajo la figura de la maternidad. Jehová en medio de su pueblo se regocijará, y del silencio del amor procederá al canto de su propia satisfacción.

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