Pero tú eres santo, tú que habitas en las alabanzas de Israel. Nuestros padres confiaron en ti. Ellos confiaron y Tú los libraste. Ellos clamaron a ti y fueron liberados. Confiaron en ti y no fueron avergonzados.

En ningún momento Jesús perdió la confianza en el Padre como el Libertador de Israel. Incluso en la cruz pudo declarar la fidelidad de Dios a su pueblo, a pesar de que él mismo no fue escuchado. Porque Dios estaba rodeado de las alabanzas de Israel por lo que había hecho por ellos. Habían confiado y se habían liberado. Habían llorado y habían sido liberados. Habían confiado en Él y no habían necesitado avergonzarse de ello, porque Dios les había respondido.

Por eso pudo acercarse al bandido moribundo. Pero también le hizo consciente de lo mucho que esto no le estaba sucediendo. Para Él no se escucharía ninguna oración pidiendo liberación. Ningún grito sería escuchado. Debía recorrer el camino del sufrimiento solo, porque no había otro camino.

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