1 Reyes 18:3

I. Todo lo que sabemos de Abdías está contenido en este capítulo y, sin embargo, fue un gran hombre en su época. Al parecer, era el visir o primer ministro del rey Acab, el primer hombre del país después del rey. De toda su riqueza y gloria, la Biblia no dice una palabra. Su riqueza y poder no lo siguieron hasta la tumba, pero por su buena acción vive en las páginas de la Biblia; vive en nuestras mentes y recuerdos; y, más que todo, por esa buena acción vive para siempre a los ojos de Dios. El día en que Elías lo conoció, Abdías descubrió que sus oraciones y limosnas habían subido ante Dios, y estaban a salvo con Dios, y no serían olvidados para siempre.

II. La lección para nosotros es perseverar en hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no desmayamos. Echa, pues, tu pan sobre las aguas, y lo encontrarás después de muchos días. Esfuérzate por dar de lo que tienes, porque así te reunirás para ti en el día de la necesidad, en el cual con qué medida hemos medido a los demás, Dios nos volverá a medir.

III. Aquí entra una duda ¿cuáles son nuestras obras en el mejor de los casos? ¿Qué tenemos que podamos ofrecer a Dios? Nuestras buenas obras son malas en calidad, y también malas en cantidad. ¿Cómo tendremos valor para llevarlos en nuestras manos a ese Dios que acusa a sus mismos ángeles de locura, y los cielos no están limpios ante sus ojos? Demasiado cierto si tuviéramos que ofrecer nuestras propias obras a Dios. Pero hay quien los ofrece por nosotros Jesucristo el Señor.

Él limpia nuestras obras del pecado por el mérito de su muerte y sufrimiento, para que no quede en ellas nada más que el fruto del propio Espíritu de Dios, y para que Dios vea en ellas sólo el bien que Él mismo puso en ellas.

C Kingsley, Town and Country Sermons, pág. 243.

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