Éxodo 28:30

Un gran misterio se cierne sobre estas dos palabras, "el Urim y el Tumim", comúnmente traducidas como "luz y perfección", en la versión de los Setenta "manifestación y verdad", y en la Vulgata "doctrina y verdad".

I. Las piedras que representan a la Iglesia que se llevaron sobre el pecho del sumo sacerdote y los hombros del sumo sacerdote se conectan con el Urim y Tumim. De una forma u otra, Dios se complació en revelar Su voluntad en relación con estas doce piedras, de qué manera es muy difícil de determinar. Hay estas posibles interpretaciones: (1) Puede ser que a Dios le agradara en ciertos momentos arrojar una luz milagrosa sobre estas doce piedras de diferentes colores, que de alguna manera escribieron Su mente; ya sea por las cartas de iniciación, o por algunos signos que eran familiares para el sumo sacerdote, transmitió Su voluntad al sumo sacerdote, para que él a su vez pudiera transmitirla al pueblo.

(2) Se ha supuesto que las piedras no se convirtieron en los canales o medios por los cuales Dios transmitió su voluntad, sino que acreditaron y, por así decirlo, empoderaron al sumo sacerdote cuando estaba ante Dios, de modo que Dios, al verlo en la plenitud de su sacerdocio, se complació en trasmitir Su voluntad a su mente.

II. Considere lo que tenemos que responde a Urim y Thummim, y cómo debemos consultar a Dios y obtener nuestras respuestas. (1) En la oración debemos orar de manera consultiva, en la lectura, leer de manera consultiva. (2) Al consultar a Dios, debemos decidir honestamente seguir la guía de Dios. (3) Si queremos obtener Urim y Tumim en nuestras consultas con Dios, debemos hacerlo a través del sacerdocio en reconocimiento del sacerdocio del Señor Jesucristo.

III. Hay muchas formas en las que Dios puede darnos el Urim y Tumim para dirigir nuestros pasos: (1) mediante una luz que interrumpe algún pasaje de la Biblia; (2) por el Espíritu de Dios iluminando nuestras propias mentes.

J. Vaughan, Meditaciones en Éxodo, pág. 54.

Referencia: Éxodo 28:30 . J. Irons, Thursday Penny Pulpit, vol. viii., pág. 167.

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