Génesis 6:9

I. Noé, leemos, "era un hombre justo y perfecto en sus generaciones"; ¿y por qué? (1) Porque fue un hombre fiel, fiel a Dios, como está escrito: "Mas el justo vivirá por la fe". Noé y Abraham creyeron a Dios, y así llegaron a ser herederos de la justicia que es por la fe; no su propia justicia, no surgiendo de su propio carácter, sino dada por Dios, quien pone su Espíritu justo en aquellos que confían en él.

(2) Noé fue perfecto en todas las relaciones y deberes de la vida: buen hijo, buen esposo, buen padre: estos fueron los frutos de su fe. Creía que el Dios invisible le había dado estos lazos, le había dado a sus padres e hijos, y que amarlos era amar a Dios, cumplir con su deber para con ellos era cumplir con su deber para con Dios.

II. La Biblia nos da una imagen del viejo mundo antes del diluvio, un mundo de hombres poderosos en cuerpo y mente, feroces y ocupados, conquistando el mundo a su alrededor, en continua guerra y confusión; con todas las pasiones salvajes de la juventud y, sin embargo, con toda la astucia y la experiencia de la enorme vejez; cada uno guiado únicamente por la voluntad propia, habiendo desechado a Dios y la conciencia, y haciendo cada uno lo que le parece bien a sus propios ojos. Y en medio de todo esto Noé se mantuvo firme; al menos conocía su camino; él "caminó con Dios, un hombre justo y perfecto en sus generaciones".

III. Había algo maravilloso y divino en la paciencia de Noé. Sabía que vendría una inundación; se puso a trabajar con fe para construir su arca, y esa arca estuvo en construcción durante ciento veinte años. Durante todo ese tiempo, Noé nunca perdió la fe, y tampoco perdió el amor, porque leemos que predicó justicia a los mismos hombres que se burlaban de él y predicaban en vano. Ciento veinte años advirtió a esos pecadores de la ira de Dios, de la justicia y del juicio venideros, y nadie lo escuchó. Esa debe haber sido la más dura de sus pruebas.

C. Kingsley, Village Sermons, pág. 74.

Referencias: Génesis 6:9 . RS Candlish, El libro del Génesis, vol. i., pág. 127; E. Garbett, Experiencias de la vida interior, pág. 234.

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