Mateo 20:26

I. Estas palabras tienen algo que decirnos sobre la naturaleza de la verdadera grandeza. Aunque Cristo no ignora los intelectos, ni siquiera las riquezas, sin embargo, considera estas cosas, y todas las cosas como éstas, como instrumentos; y es, en el sentido evangélico de la palabra, el más grande que usa todos esos dones o posesiones al servicio de la humanidad. Si esta visión del caso es correcta, de ella se derivan una o dos inferencias importantes.

(1) Es evidente que quien gana esta grandeza no la gana a expensas de otros. (2) De ello se desprende, además, que podemos ganar esta grandeza en cualquier lugar. (3) De ello se deduce, en tercer lugar, que esta grandeza satisface a quien la posee.

II. El texto tiene algo que decirnos, a continuación, sobre el modelo de la verdadera grandeza. "Así como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos". Desde un punto de vista, la grandeza de Dios es la del servicio. Todas las cosas dependen de él. Mantiene los planetas en sus órbitas. Él gobierna el año cambiante. El más alto de todos es el sirviente de todos.

Pero por sorprendente que parezca la nobleza y la divinidad del servicio, cuando miramos así el ministerio universal de Dios, tenemos una ilustración más impresionante de lo mismo en la misión y obra del Señor Jesús. En la creación y la providencia, Dios no deja nada a un lado. Pero en la redención fue diferente. Para liberar al hombre de la culpa y del poder del pecado, era necesario que el Hijo de Dios se hiciera hombre y, después de una vida de obediencia, se sometiera a una muerte vergonzosa; y hubo sacrificio. Cuando se hizo eso, Jehová prestó el mayor servicio a la humanidad y dio un modelo de la más elevada grandeza.

III. Este texto tiene algo que decirnos sobre el motivo de la verdadera grandeza. Debemos buscarlo por el bien de Aquel que se dio a sí mismo por nosotros. Jesús no dice con tantas palabras: "Servíos los unos a los otros, porque yo os he servido"; pero aún así, la referencia que hace a su muerte, como ejemplo, trae a la mente de cada cristiano la magnitud de la obligación bajo la cual Cristo lo ha puesto.

WM Taylor, Vientos contrarios y otros sermones, pág. 215:

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