Mateo 25:14

Regalos desiguales.

Al comienzo mismo de esta parábola encontraremos un pensamiento que toca el problema más triste e irritante que nuestro siglo ha tratado de resolver; el del origen de las desigualdades. Jesús aquí sin vacilar se lo atribuye a Dios. Compara a Dios con un amo que reparte desigualmente sus bienes. No dice (1) que el maestro ama a los más pequeños a los que menos les da. (2) No dice que el maestro actúa caprichosamente; por el contrario, da a entender que actúa en su sabiduría, ya que cada uno de los siervos recibe: "según sus varias habilidades".

"(3) No dice que esta desigualdad perdura más allá del tiempo de la prueba, es decir, más allá de la vida presente. Los dos fieles servidores que habían recibido diferentes partes obtienen la misma recompensa y entran en la alegría de su amo. Pero, hechas estas reservas, reconozcamos que Jesucristo dice claramente que el maestro dio a uno cinco talentos, a otro dos, al otro uno.

I. Lo que dice Jesucristo, lo dice igualmente la Naturaleza. La igualdad absoluta no existe de ninguna manera en la Naturaleza, pues la igualdad absoluta, si se considera, sería uniformidad; ahora no hay nada menos uniforme que las obras de Dios.

II. Esta desigualdad no solo es un hecho, sino que además de un vínculo social entre los hombres, los obliga a confiar el uno en el otro, porque es la afirmación de su mutua dependencia.

III. ¿Qué debemos hacer ante este hecho? Acéptalo en la medida en que no hiera la conciencia. Acéptalo en la búsqueda de atenuarlo, suavizar sus asperezas; pero acéptelo largamente, con humildad, con valentía, sin murmurar. Eres pobre; eres un obrero; tu sirves; no estás entre los que se llaman los privilegiados de este mundo; no tienes diez talentos, solo un talento. ¿Que importa? ¿Eres menos amado por Dios por eso? ¿Eres menos un hombre, un hijo de Dios, un alma inmortal? Mira tu vida en su verdadera grandeza, a la luz de la eternidad; di que si sirves, Jesús, el Hijo de Dios, el Rey de las almas, sirvió y sufrió; digan que sus manos, antes de levantarse para bendecir a la humanidad, se endurecieron al sostener los instrumentos del trabajo; decir que nuestra verdadera nobleza, nuestra verdadera dignidad, se lo debemos a esos hijos del pueblo que se llaman Pedro, Andrés, Felipe y Santiago; y que puesto que Cristo ha salvado a la humanidad sirviendo y sufriendo por ella, no hay grandeza sólida ni gloria duradera sino la que se gana sirviendo y entregándose a uno mismo.

E. Bersier, Sermones, primera serie, pág. 1.

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