Salmo 145:4

I. El texto coloca a la generación transmisora ​​en primer lugar, pero en nuestro uso de él quizás deberíamos invertir el orden. Porque las edades no pueden transmitir nada que no les haya llegado de fuera; si subimos paso a paso, encontramos por fin que la herencia de la verdad y la gracia fue un regalo gratuito de revelación a la humanidad: y por lo tanto, la primera fue una generación receptora. Los hombres no pueden dar nada que no hayan recibido antes.

(1) Todas las edades del tiempo son, en su fluir incesante, recipientes de paquetes y fragmentos de una gran manifestación de Dios en la gloria de Su nombre, Sus obras y Su gracia redentora. (2) Esta revelación no ha fluido de manera uniforme de una era a otra. Ha habido grandes períodos críticos en esta evolución general de la majestad de la revelación de Dios acumulados a lo largo de los siglos, y en nuestros días heredamos la última y mejor tradición.

(3) Las generaciones pasadas nos han legado como pueblo una herencia especial en el desarrollo general de los caminos y obras de Dios. Hemos heredado de nuestros padres el cristianismo común en el cumplimiento de los tiempos. Nuestro deber es: ( a ) glorificar a Dios por los privilegios así transmitidos; ( b ) utilizar estos privilegios correctamente.

II. La generación receptora es también transmisora. Cada uno es un eslabón en la cadena de oro que la eternidad desciende en el tiempo, y que desde el tiempo asciende a la eternidad nuevamente. Cada época recibe solo lo que tiene que transmitir a la siguiente. A Dios le agradó hacer de cada generación un fideicomisario para las generaciones venideras. Y toda la historia sagrada da fe de que el desarrollo gradual del nombre y las obras de Dios ha estado ligado a la fidelidad de los sucesivos depositarios del consejo divino.

No hay ley más patente en la administración del gobierno moral del mundo que la de que cada generación recibe su porción a su debido tiempo de su predecesor, y es responsable sólo de eso; en segundo lugar, que cada generación imprime su propia influencia para bien o para mal en lo que recibe; y, en tercer lugar, que debe transmitir lo que se recibe a la generación siguiente con la impronta de su propio carácter.

WB Pope, The Inward Witness, pág. 160.

Referencias: Salmo 145:4 . Homiletic Quarterly, vol. i., pág. 562. Salmo 145:6 ; Salmo 145:7 . Spurgeon, Sermons, vol. xxxi., núm. 1828. Salmo 145:7 . Ibíd., Vol. xxv., No. 1468.

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