Salmo 7:13

I. Considere en este caso cuán a menudo se esconden significados de misericordia y de amor en los Salmos cuando en la superficie de todos ellos parece respirar (como Saulo en el camino a Damasco) de amenaza y matanza. Porque así es en este versículo que David solo pensó en las flechas del juicio y de la ira, pero a todos los comentaristas y predicadores cristianos les encanta pensar en esas flechas de convicción y amor que Dios a menudo ha descargado contra los perseguidores de su Iglesia, y notablemente contra Saúl.

Cuando Jesús se le apareció a Saulo, no dijo nada sobre flechas, pero sí mencionó algo similar. "Es duro para ti", dijo (citando un proverbio común), "patear contra los aguijones", como hacen los tercos bueyes cuando los hombres los empujan a un paso más rápido, y ellos, arremetiendo contra los aguijones, solo se lastiman lo peor. Es fácil ver cuáles deben haber sido estos aguijones. Saulo debe haber sentido muchas veces en lo más íntimo de su alma la amarga seguridad de que solo estaba haciendo la obra del diablo; sin embargo, se endureció, endureció el cuello, dio puntapiés contra los aguijones de la conciencia y siguió persiguiendo locamente a Jesús.

II. La gran y obvia lección del texto es que a ningún perseguidor se le permitirá ir demasiado lejos. De una forma u otra se le dirá sin lugar a dudas: "Hasta aquí llegarás, pero no más". Pero hay un triunfo especial acerca del derrocamiento de Saulo, porque la flecha de la convicción que lo hirió fue la flecha de la liberación del Señor para él y para la Iglesia; libró a los hermanos de un gran temor, pero a él de un error aún más grave. Era como las flechas doradas del sol naciente, que atraviesan la obstinada oscuridad de un lado a otro y la convierten en un día sonriente.

R. Winterbotham, Sermones y exposiciones, pág. 75.

Referencias: Salmo 7 J. Hammond, Expositor, primera serie, vol. iv., pág. 59; A. Maclaren, Life of David, pág. 111; I. Williams, The Psalms Interpreted of Christ, pág. 160. Salmo 8:1 . Revista del clérigo, vol. x., pág. 207; A. Fletcher, Thursday Penny Pulpit, vol. xi., pág. 65. Salmo 8:2 . Spurgeon, Sermons, vol. xxvi., nº 1545; S. Cox, An Expositor's Notebook, pág. 131.

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