Despierta, despierta, Débora; despierta, despierta, canta una canción; levántate, Barac, y lleva tu cautiverio cautivo, hijo de Abinoam.

Ver. 12. Despierta, despierta, Débora: despierta, despierta.] Como el gallo que golpea primero sus propios costados se despierta a sí mismo y luego llama a otros; lo mismo ocurre con Débora, y al encontrar tal vez alguna indisposición en este deber de alabar a Dios, clava la espina en el pecho con el ruiseñor. Su buena alma era insatisfactoria; y, como un ángel terrenal, canta perpetuos aleluyas, incitando a otros a hacer lo mismo.

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