19-33 Al ordenarle a David que le diera gracias a Dios por su victoria, Ahimaaz lo preparó para la noticia de la muerte de su hijo. Cuanto más nuestros corazones estén fijos y agrandados, en acción de gracias a Dios por nuestras misericordias, mejor dispuestos estaremos a tener paciencia con las aflicciones mezcladas con ellas. Algunos piensan que el deseo de David surgió de la preocupación por el estado eterno de Absalón; pero más bien parece haber hablado sin el debido pensamiento. Se le debe culpar por mostrar tan gran afecto por un hijo sin gracia. También por pelear con la justicia divina. Y por oponerse a la justicia de la nación, que, como rey, tenía que administrar, y que debía preferirse antes que el afecto natural. Los mejores hombres no siempre están en un buen marco; somos propensos a llorar demasiado por lo que amamos en exceso. Pero mientras aprendemos de este ejemplo a mirar y orar contra la indulgencia pecaminosa, o el descuido de nuestros hijos, no podemos, en David, percibir una sombra del amor del Salvador, que lloró, rezó e incluso sufrió la muerte por la humanidad, aunque viles rebeldes y enemigos.

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