1-3 Toda pena debe ser realizada con solemnidad, para que aquellos que la presencian se llenen de temor y sean advertidos de no cometer el mismo delito. Y aunque los criminales deben ser avergonzados además de ser castigados para su advertencia y desgracia, se debe tener cuidado de que no parezcan totalmente viles. Bienaventurados aquellos que son disciplinados por el Señor para humillarlos, para que no sean condenados con el mundo a la destrucción.

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