15-24 El verdadero creyente vigila todas las ocasiones de pecado. El poder divino lo mantendrá a salvo, y su fe en ese poder lo mantendrá tranquilo. No querrá nada necesario para él. Toda bendición de salvación se otorga libremente a todos los que piden con oración humilde y creyente; y el creyente está seguro en el tiempo y para siempre. A los que caminan erguidos no solo se les dará pan y sus aguas seguras, sino que, por fe, verán al Rey de reyes en su belleza, la belleza de la santidad. El recuerdo del terror en el que se encontraban se sumaría al placer de su liberación. Es deseable estar tranquilo en nuestras propias casas, pero mucho más aún estar tranquilo en la casa de Dios; y en cada época Cristo tendrá una simiente para servirlo. Jerusalén no tenía un gran río corriendo por él, pero la presencia y el poder de Dios compensan todas las necesidades. Tenemos todo en Dios, todo lo que necesitamos o podemos desear. Por fe tomamos a Cristo por nuestro Príncipe y Salvador; él reina sobre su pueblo redimido. Todos los que se niegan a que Él reine sobre ellos, hacen naufragar sus almas. La enfermedad se quita con misericordia, cuando el fruto de ella es quitar el pecado. Si se quita la iniquidad, tenemos pocas razones para quejarnos de la aflicción externa. Este último versículo lleva nuestros pensamientos, no solo al estado más glorioso de la iglesia del evangelio en la tierra, sino al cielo, donde no pueden entrar enfermedades ni problemas. El que borra nuestras transgresiones, sanará nuestras almas.

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