El apóstol y evangelista, Juan, parece haber sido el más joven de los doce. Fue especialmente favorecido con el respeto y la confianza de nuestro Señor, para ser mencionado como el discípulo a quien Jesús amaba. Estaba muy sinceramente apegado a su Maestro. Ejerció su ministerio en Jerusalén con mucho éxito, y sobrevivió a la destrucción de esa ciudad, de acuerdo con la predicción de Cristo, cap. Juan 21:22. La historia relata que después de la muerte de la madre de Cristo, Juan residió principalmente en Éfeso. Hacia el final del reinado de Domiciano fue desterrado a la isla de Patmos, donde escribió su Revelación. Con la llegada de Nerón, fue puesto en libertad y regresó a Éfeso, donde se cree que escribió su Evangelio y sus Epístolas, alrededor del año 97 d. C., y murió poco después. El propósito de este Evangelio parece ser el de transmitir al mundo cristiano las nociones justas de la naturaleza real, el oficio y el carácter de ese Maestro Divino, que vino a instruir y redimir a la humanidad. Con este propósito, Juan se encargó de seleccionar para su narración aquellos pasajes de la vida de nuestro Salvador que mostraban más claramente su poder y autoridad divinos, y aquellos de sus discursos en los que hablaba más claramente de su propia naturaleza y del poder de su muerte, como expiación de los pecados del mundo. Al omitir, o sólo mencionar brevemente, los acontecimientos registrados por los otros evangelistas, Juan dio testimonio de que sus narraciones son verdaderas, y dejó espacio para las declaraciones doctrinales ya mencionadas, y para detalles omitidos en los otros Evangelios, muchos de los cuales son sumamente importantes. * La Divinidad de Cristo. (1-5) Su naturaleza divina y humana. (6-14) El testimonio de Juan el Bautista sobre Cristo. (15-18) El testimonio público de Juan sobre Cristo. (19-28) Otros testimonios de Juan sobre Cristo. (29-36) Andrés y otro discípulo siguen a Jesús. (37-42) Llamada a Felipe y Natanael. (43-51)

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