28-37 Tenemos la aplicación de este sermón profético. En cuanto a la destrucción de Jerusalén, esperad que llegue muy pronto. En cuanto al fin del mundo, no preguntéis cuándo vendrá, porque de ese día y esa hora nadie sabe. Cristo, como Dios, no podía ignorar nada; pero la sabiduría divina que habitaba en nuestro Salvador, se comunicó a su alma humana según la voluntad divina. En cuanto a ambos, nuestro deber es velar y orar. Nuestro Señor Jesús, cuando ascendió a lo alto, dejó algo que hacer a todos sus siervos. Debemos estar siempre en vela, en espera de su regreso. Esto se aplica a la venida de Cristo a nuestra muerte, así como al juicio general. No sabemos si nuestro Maestro vendrá en los días de la juventud, de la madurez o de la vejez; pero, tan pronto como nacemos, comenzamos a morir, y por lo tanto debemos esperar la muerte. Nuestro gran cuidado debe ser que, cuando nuestro Señor venga, no nos encuentre seguros, entregándonos a la comodidad y a la pereza, sin tener en cuenta nuestro trabajo y nuestro deber. A todos les dice: Velad para que seáis hallados en paz, sin mancha y sin tacha.

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