Marcos era hijo de una hermana de Bernabé, Colosenses 4:10; y Hechos 12:12 muestra que era hijo de María, una mujer piadosa de Jerusalén, en cuya casa se reunían los apóstoles y los primeros cristianos. Por el hecho de que Pedro lo llamara hijo suyo, 1 Pedro 5:13, se supone que el evangelista fue convertido por ese apóstol. Así pues, Marcos estaba estrechamente unido a los seguidores de nuestro Señor, aunque no fuera él mismo uno de ellos. Marcos escribió en Roma; algunos suponen que Pedro le dictó, aunque el testimonio general es que, habiendo predicado el apóstol en Roma, a Marcos, que era el compañero del apóstol, y que tenía una clara comprensión de lo que Pedro le transmitió, se le pidió que pusiera los detalles por escrito. Y podemos observar que la gran humildad de Pedro es muy evidente cuando se habla de él mismo. Apenas se menciona una acción u obra de Cristo en la que este apóstol no estuviera presente, y la minuciosidad muestra que los hechos fueron relatados por un testigo presencial. Este Evangelio registra más los milagros que los discursos de nuestro Señor, y aunque en muchas cosas relata lo mismo que el Evangelio según San Mateo, podemos obtener ventajas al revisar los mismos acontecimientos, colocados por cada uno de los evangelistas en el punto de vista que más afectaba a su propia mente. * El oficio de Juan el Bautista. (1-8) El bautismo y la tentación de Cristo. (9-13) Cristo predica y llama a los discípulos. (14-22) Expulsa un espíritu inmundo. (23-28) Cura a muchos enfermos. (29-39) Cura a un leproso. (40-45); 1-8. Isaías y Malaquías hablaron del comienzo del evangelio de Jesucristo, en el ministerio de Juan. De estos profetas podemos observar que Cristo, en su evangelio, viene entre nosotros trayendo consigo un tesoro de gracia y un cetro de gobierno. Es tal la corrupción del mundo, que hay una gran oposición a su progreso. Cuando Dios envió a su Hijo al mundo, tuvo cuidado, y cuando lo envía al corazón, tiene cuidado, de preparar su camino ante él. Juan se considera indigno del más insignificante oficio sobre Cristo. Los santos más eminentes han sido siempre los más humildes. Sienten su necesidad de la sangre expiatoria y del Espíritu santificador de Cristo, más que otros. La gran promesa que Cristo hace en su evangelio a los que se han arrepentido y se les han perdonado los pecados, es que serán bautizados con el Espíritu Santo; serán purificados por sus gracias y refrescados por sus consuelos. Usamos las ordenanzas, la palabra y los sacramentos sin provecho ni consuelo, en su mayor parte, porque no tenemos de esa luz divina dentro de nosotros; y no la tenemos porque no la pedimos; porque tenemos su palabra que no puede fallar, de que nuestro Padre celestial dará esta luz, su Espíritu Santo, a los que la pidan.

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