1-12 El terror y el reproche de la conciencia, que Herodes, al igual que otros delincuentes atrevidos, no pudo quitarse de encima, son pruebas y advertencias de un juicio futuro, y de una futura miseria para ellos. Pero puede haber el terror de las convicciones, donde no hay la verdad de la conversión. Cuando los hombres fingen estar a favor del Evangelio, y sin embargo viven en el mal, no debemos favorecer su autoengaño, sino que debemos entregar nuestras conciencias como lo hizo Juan. El mundo puede llamar a esto grosería y celo ciego. Los falsos profesores, o los cristianos tímidos, pueden censurarlo como falta de civismo; pero los enemigos más poderosos no pueden ir más allá de lo que el Señor considere oportuno permitir. Herodes temía que la muerte de Juan suscitara una rebelión en el pueblo, lo cual no ocurrió; pero nunca temió que despertara su propia conciencia contra él, lo cual ocurrió. Los hombres temen ser colgados por lo que no temen ser condenados. Y los tiempos de alegría y jolgorio carnal son tiempos convenientes para llevar a cabo malos designios contra el pueblo de Dios. Herodes recompensaría profusamente un baile inútil, mientras que el encarcelamiento y la muerte eran la recompensa del hombre de Dios que buscaba la salvación de su alma. Pero había una verdadera malicia hacia Juan por debajo de su consentimiento, pues de lo contrario Herodes habría encontrado la manera de librarse de su promesa. Cuando los subpastores son golpeados, las ovejas no necesitan dispersarse mientras tengan al Gran Pastor al que acudir. Y es mejor ser atraído a Cristo por la necesidad y la pérdida, que no venir a él en absoluto.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad