34-36 Dondequiera que iba Cristo, hacía el bien. Le llevaban a todos los enfermos. Venían a suplicarle humildemente que los ayudara. Las experiencias de otros pueden dirigirnos y animarnos a buscar a Cristo. Todos los que tocaba, quedaban perfectamente sanos. A los que Cristo cura, los cura perfectamente. Si los hombres conocieran mejor a Cristo y el estado de enfermedad de sus almas, acudirían en masa a recibir sus auxilios. La virtud curativa no estaba en el dedo, sino en su fe; o mejor dicho, estaba en Cristo, en quien su fe se apoderó.

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