Como Dios tenía la intención en el tabernáculo de manifestar su presencia entre su pueblo, así ellos debían rendirle sus devociones; no en el tabernáculo mismo, en el que solo entraban los sacerdotes como sirvientes domésticos de Dios, sino en el atrio delante del tabernáculo, donde, como temas comunes, asistían. Allí se ordenó que se erigiera un altar, al que debían llevar sus sacrificios; y este altar debía santificar sus ofrendas; desde allí debían presentar sus servicios a Dios, como desde el propiciatorio les dio sus oráculos; y así se estableció una comunión entre Dios e Israel.

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