Este servicio diario, un cordero ofrecido sobre el altar cada mañana y cada noche, tipificó la intercesión continua que Cristo siempre vive para hacer en virtud de su satisfacción por la continua santificación de su iglesia: aunque se ofreció a sí mismo una vez por todas, sin embargo esa única ofrenda se convierte así en una ofrenda continua. Y esto nos enseña a ofrecer a Dios los sacrificios espirituales de oración y alabanza todos los días, mañana y tarde, en humilde reconocimiento de nuestra dependencia de él y nuestras obligaciones para con él.

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