Y estableceré mi pacto, que no será alterado ni revocado; no solo contigo, entonces moriría contigo, sino con tu descendencia después de ti; y no es sólo tu simiente según la carne, sino tu simiente espiritual. Es eterna en el sentido evangélico de la misma. El pacto de gracia es eterno; es desde la eternidad en sus consejos y hasta la eternidad en sus consecuencias; y la administración externa de la misma se transmite, con su sello, a la simiente de los creyentes, y la administración interna de la misma por el Espíritu a la simiente de Cristo en cada época.

Este es un pacto de preciosas y grandísimas promesas. Aquí hay dos que de hecho son suficientes para que Dios sea su Dios. Todos los privilegios de la alianza, todas sus alegrías y todas sus esperanzas se resumen en esto. Un hombre no necesita más deseo que éste para ser feliz. Lo que Dios es él mismo, lo será para su pueblo: sabiduría para guiarlos y aconsejarlos, poder para protegerlos y apoyarlos, bondad para suplirlos y consolarlos; lo que los fieles adoradores pueden esperar del Dios al que sirven, los creyentes lo encontrarán en Dios como suyo. Esto es suficiente, pero no todo.

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