La Tercera Profecía

Mediante una referencia a la ley ceremonial, tal como la interpretaron oficialmente los sacerdotes en respuesta a las preguntas que se les dirigieron, Hageo vuelve a inculcar al pueblo la verdad de que la escasez y la angustia que habían sufrido hasta entonces eran consecuencia de su pecado nacional en descuidando la reconstrucción del templo, y de nuevo promete que ahora que habían quitado ese pecado y se estaban entregando honestamente a la obra de restauración, la bendición de Dios descansaría sobre ellos.

La influencia santificadora de la carne, que al ser ofrecida a Dios en sacrificio se había vuelto santa, sólo podía extenderse, según declaraban los sacerdotes sobre la autoridad de la ley, a aquello con lo que entraba en primer e inmediato contacto. Más allá de ese límite no alcanzaba su eficacia. La cosa tocada por ella misma se santificaba, pero no se convertía a su vez en vehículo de santidad para nada más allá. Sin embargo, no sucedió lo mismo con lo que por el contacto con la inmundicia ceremonial se había contaminado.

Lo que al tocar un cadáver se había contaminado no sólo era impuro en sí mismo, sino que propagaba la impureza y la transmitía a todo lo que entraba en contacto. Así fue con la nación judía a la vista de Dios, representada por los cautivos que regresaron. De hecho, podrían argumentar que habían reconstruido el altar de Jehová en su primer regreso. Pero ese buen acto, si se mantuviera solo, incluso si no hubiera habido una desobediencia subsiguiente que lo viciara, sólo habría extendido un poco su influencia, como la carne santa que santifica la vestidura en la que estaba envuelta.

El altar habría santificado la ofrenda que se ofrecía sobre él. Por otro lado, el pecado del pueblo al descuidar la reconstrucción del templo, como el toque del cadáver, no solo los contaminó, sino que trajo contaminación moral y la consiguiente ruina y desastre sobre todas las obras de sus manos.

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