El siguiente comentario cubre los capítulos 18 y 19.

Pero cuando Cristo se da a conocer, el resto (que representaba Jonatán) lo ama como a su propia alma, y ​​este amado se convierte en el objeto de todo su afecto. Sin embargo, esto no va más allá, en su alcance, del reino personal de Cristo. Jonatán representa el remanente que lo ha amado en la humillación. En cuanto a este mundo, siempre es así; hay un remanente que ama a Cristo y desea Su reino, aunque pondrá fin a la economía en la que se encuentran.

De la asamblea propiamente dicha no hay nada aquí. Es un remanente que desea la venida de Cristo. Saúl, que buscaba su propia gloria y se esforzaba por sostener su casa por medios carnales, busca la muerte de aquel que ha de venir y establecer el reino. Así los judíos con Cristo.

La fe de David tuvo un carácter bastante diferente al de Jonatán, aunque ambos vencieron a los filisteos. Jonatán no se deja intimidar por las dificultades: ve al Dios de Israel y hace la obra de Dios que Saúl descuida. Es la fe verdadera y enérgica del pueblo de Dios. Pero David, el rey, en secreto por cierto, pero elegido y ungido, se enfrenta cara a cara con todo su poder al gran enemigo de su pueblo, cuya sola vista espantó al pueblo, que huía delante de él.

Lo que distingue más conmovedoramente la fe de Jonatán es su apego a quien (a juzgar a la manera de los hombres, como lo hizo Saúl) eclipsa su gloria. Pero Jonatán está absorto en su afecto por el que Dios ha elegido. Él ve en él a la verdadera cabeza de Israel, digno de serlo, quien, aunque despreciado en el momento presente, debe prosperar y reinar como de Dios. También fueron las cualidades de David las que ganaron su afecto.

Era un apego personal. Podía apreciar a David y se olvidó de sus propios intereses al pensar en él. La voz y las palabras de David penetran profundamente en su corazón, y lo vinculan al rey que Dios ha elegido, aunque desconocido ya pesar de todo. Saúl, el jefe declarado del pueblo, celoso de cualquiera que pudiera desplazar a él oa sus descendientes, está enemistado con David y abandonado por Dios; él es el instrumento del enemigo contra el ungido de Jehová.

Finalmente cae por el poder más directo y abierto del enemigo del pueblo de Dios. Doloroso fin de lo que había sido vaso de bendición e instrumento en la obra de Dios, aunque de manera carnal.

Dios hace que la verdadera gloria de David eclipse la importancia oficial de Saúl. Las victorias de los primeros se cantan de tal manera que excitan los celos del rey. Ahora rastrearemos brevemente las características de la fe de David en estas nuevas circunstancias. Nunca levanta su mano contra Saúl; lo sirve obedientemente, cumple con su deber y soporta con paciencia los celos y la malicia que lo persiguen. ¡Pobre Saulo! Turbado por el espíritu maligno, David toca el arpa para calmarlo, y Saúl busca matarlo.

David escapa. Saúl le teme; porque el Dios por quien él mismo ha sido desamparado, está con David. Lo emplea a distancia de sí mismo, pero donde está más que nunca a la vista de la gente. Dios siempre lleva a cabo Sus propósitos a pesar de todas las precauciones carnales del hombre. David es prudente. Tiene la sabiduría de Dios, que está con él en todos sus caminos. Enérgico y sin pretensiones, siempre exitoso, es amado por todo Israel y Judá, ante quienes entra y sale con toda la fuerza y ​​superioridad de la fe.

Saúl busca convertir todo esto en su propia cuenta; aparentemente honra a David, pero solo lo hace para exponerlo al enemigo y deshacerse de él. David permanece en su humildad, y Merab se da a otro. Mical le ofrece a Saúl una oportunidad más engañosa. Como solo estaba obligado a destruir el poder de los enemigos del pueblo de Dios, David acepta la propuesta de Saúl y lo consigue. Saúl percibe cada vez más que Jehová está con David, y le teme aún más: ¡triste desarrollo de un triste estado de ánimo! Sin embargo, Saúl no carecía de sutilezas de carácter natural, que a veces se manifestaban en mejores sentimientos.

Pero Dios no estaba en ellos (cap. 19). La intercesión de Jonatán tiene poder sobre su padre y por un tiempo todo va bien. Pero Saúl, siendo desamparado de Dios, no puede soportar estar con David. estalla la guerra; y David, el propio instrumento de Dios en lo que hace por su pueblo, derrota a los filisteos y los expulsa. Se observará aquí, que son los filisteos que están allí, a través de los cuales se cuestiona el poder de la fe. Es con ellos que se pelea la batalla de Dios y de la fe, que David siempre triunfó, y que Saúl fracasó.

Saulo vuelve a estar turbado; y David, que busca refrescarlo, evita por poco ser asesinado. Hace su escape y se va con Samuel. Obsérvese aquí cómo el dolor que produce el egoísmo y el amor propio da lugar a la acción del espíritu maligno sobre el alma. Reaparece aquí el poder que, oculto como estaba, todavía gobernaba el destino de Israel. David lo reconoce y, cuando ya no puede permanecer con Saúl, no busca en modo alguno engrandecerse levantándose contra la forma exterior que Dios había juzgado interiormente pero no destruido.

En lugar de oponerse, se contenta con reconocer aquella manifestación del poder de Dios que había colocado a Saúl en su posición real, y de la cual él mismo había recibido el testimonio y la comunicación de la fuerza y ​​de la voluntad de Dios; se refugia con Samuel. Es perseguido hasta allí por Saúl y sus mensajeros, quienes, con su amo, están sujetos a este mismo poder, un poder que no influye en sus corazones ni guía su conducta, un poder del cual Saúl había perdido la bendición.

¡Qué imagen de un barco inútil y arruinado! a veces postrado bajo la energía de Satanás, a veces profetizando en la de Dios, de quien su corazón está lejos, por quien es abandonado. Su conducta exterior no es desordenada; no hace daño excepto cuando el ungido de Jehová excita sus celos y su odio.

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