En el capítulo 5 la iniquidad de la cabeza de los gentiles con respecto al Dios de Israel alcanza el punto más alto, y asume ese carácter de insolencia y desprecio que no es más que el esfuerzo de la debilidad por ocultarse. En medio de las orgías de una gran fiesta para sus señores y cortesanos, Belsasar hace traer los vasos del templo de Dios, que Nabucodonosor había tomado de Jerusalén, para que él y sus invitados pudieran beber en ellos; y alaba a los dioses de oro y de plata y de piedra.

La locura del rey plantea la cuestión entre los dioses falsos y Jehová el Dios de Israel. Jehová decide la cuestión esa misma noche por la destrucción del rey y de toda su gloria. La advertencia que Dios le da es interpretada por Daniel. Pero, aunque sujeto al rey, Daniel no lo trata con el mismo respeto que tenía por Nabucodonosor. Belsasar había tomado el lugar de un enemigo insolente de Jehová, y Daniel le responde de acuerdo con las revelaciones de Dios de su destino, y con la manifestación ostentosa que el rey hizo de su iniquidad, magnificando a sus propios dioses e insultando a Jehová.

En consecuencia, la advertencia ya no era un remedio y no dejaba lugar para el arrepentimiento. Anunció juicio; y la misma anunciación bastó para destruir toda la insolencia del rey impío. Porque había descuidado la advertencia que le dio la historia de Nabucodonosor. Esta narración nos da el último carácter de la iniquidad del poder soberano de los gentiles, en oposición al Dios de Israel, y el juicio que cae en consecuencia sobre la monarquía de la cual Babilonia era la cabeza, y a la cual Babilonia había dado su carácter propio.

Porque, cualquiera que haya sido la longanimidad de Dios, y sus tratos en otros aspectos hacia la monarquía de los gentiles, como el poder al que encomendó autoridad en el mundo, todo estaba ya perdido para estos imperios, incluso en los días de Babilonia. .

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