27. Y el Señor le dijo a Aarón. Cuando, desde el largo lapso de tiempo, Aaron debe haber supuesto que su hermano había muerto en el exilio, ahora recibe el alegre anuncio, de boca de Dios, de que está vivo; y no solo eso, sino que está emocionado con la esperanza de su favor especial; porque, aunque Dios no explica en detalle lo que había decretado hacer y preparado, sin embargo, por su revelación, le promete algo inusual e inesperado. Pero la brevedad del mandato es notable, porque Dios no dice una palabra de la liberación, sino que desea que sea el discípulo de su hermano menor; y aunque, por su prontitud, manifestó el mayor celo y ansiedad por obedecer, aún no se le iguala con Moisés, que es lento, dudoso, vacilante y casi supino; pero se le ordena que aprenda de él el diseño de Dios. Solo, para que no cuestione su vocación y la de su hermano, recibe una visión divina de que Dios es el autor de toda la transacción, que sirve como una recomendación de la información verbal que debe recibir. Porque aunque Aarón era el mensajero de Dios y el órgano del Espíritu Santo, todavía vemos que no estaba exento de la condición habitual a la que estamos sujetos, de escuchar la palabra de Dios en la boca del hombre. Si, entonces, hay quienes se oponen a que se les enseñe por medio de la voz del hombre, no son dignos de tener a Dios como su Maestro y Maestro; porque poco después se agregó que Moisés relató todo lo que se le había ordenado, así como el gran poder que se le había delegado de obrar milagros. Pero el mismo Aarón, aunque el mayor, no solo rindió honor a su hermano, a quien sabía que era un Profeta del Señor; pero voluntariamente se sometió a él como a un ángel. El beso se menciona como un signo de reconocimiento, por el cual testificó la firmeza de su fe.

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