55. Y los bendijo. Aquí se debe notar el carácter de la persona, porque Labán, que había abandonado la verdadera piedad y era un hombre de modales impíos y malvados, aún conservaba la costumbre de dar su bendición. Por tanto, se nos enseña que ciertos principios de conocimiento divino permanecen en los corazones de los impíos, para que no tengan excusa por ignorancia. La práctica de pronunciar una bendición surge de la certeza de que los hombres están persuadidos de que solo Dios es el autor de todo lo bueno. Aunque puedan atribuirse orgullosamente lo que deseen a sí mismos, cuando vuelven a su juicio correcto, se ven obligados, quieran o no, a reconocer que todo lo bueno proviene únicamente de Dios.

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