1. Y Dios bendijo a Noé. De aquí inferimos con qué gran temor Noé había sido abatido, porque Dios, tan a menudo y con tanta extensión, procede a animarlo. Porque cuando Moisés aquí dice que Dios bendijo a Noé y a sus hijos, no significa simplemente que les fue restaurado el favor de la fecundidad, sino que al mismo tiempo les fue revelado el designio de Dios concerniente a la nueva restauración del mundo. Porque a la bendición misma se agrega la voz de Dios con la que les habla. Sabemos que los animales brutos no producen descendencia de ninguna otra manera que por la bendición de Dios; pero Moisés aquí conmemora un privilegio que solo pertenece a los hombres. Por lo tanto, para que esos cuatro hombres y sus esposas, aprehendidos de temor, no dudaran para qué propósito habían sido liberados, el Señor les prescribe su futura condición de vida: a saber, que deben engendrar a la humanidad de la muerte a la vida. Así, no solo renueva el mundo con la misma palabra con la que antes lo creó, sino que dirige su palabra a los hombres, para que puedan recuperar el uso lícito del matrimonio, sepan que el cuidado de engendrar descendencia es agradable a Él y tengan la confianza de que de ellos surgirá una progenie que se extenderá por todas las regiones de la tierra, para volverla a habitar; aunque hubiera sido devastada y convertida en un desierto. Aún así, no permitió el contacto promiscuo, sino que sancionó de nuevo esa ley del matrimonio que había ordenado anteriormente. Y aunque la bendición de Dios se extiende, de alguna manera, a las relaciones ilícitas, de modo que de allí se produce descendencia, esta es una fecundidad impura; la que es lícita proviene únicamente de la bendición expresamente declarada por Dios.

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