29. Y ahora, oh Señor. Muy bien se extienden a sí mismos lo que citaron acerca de Cristo; porque él no será separado del evangelio; sí, qué problema le sucede a sus miembros, lo aplica a su propia persona. Y anhelan a las manos de Dios que él derrote la crueldad de los adversarios; sin embargo, no tanto por su propio bien para que puedan vivir en silencio y sin molestia, como para que tengan libertad para predicar el evangelio en todos los lugares. Tampoco les correspondía desear una vida que pudieran pasar ociosamente, habiendo abandonado su vocación. Porque agregan: "Concede a tus siervos, oh Señor, que hablen con valentía". Y, por cierto, debemos notar este discurso, que el Señor contemplaría sus amenazas. Por verlo le corresponde apropiadamente resistir a los orgullosos, y derribar sus nobles miradas; cuanto más orgullosamente se jactan y se jactan, más indudablemente provocan que Dios esté disgustado con ellos, y no hay duda de que Dios, ofendido con tanta indignidad y crueldad, reparará lo mismo. Entonces Ezechias, hasta el final puede obtener ayuda en extremo, declara ante el Señor la arrogancia de Senaquerib y sus amenazas crueles, (Isaías 37:14 y 17.) Por lo tanto, deje que la crueldad y los reproches de nuestros enemigos se agiten un deseo de rezar en nosotros que cualquier cosa que nos desanime a seguir adelante en el curso de nuestra oficina.

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