Luego se le ordenó tomar grandes piedras y esconderlas en la arcilla, o cemento, en un horno de ladrillos, es decir, en un horno donde se quemaban ladrillos, o en un lugar donde generalmente se fabricaban, o donde los materiales fueron tomados para formarlos. Y este lugar no estaba lejos del palacio del rey en la ciudad de Taphnees, como declara expresamente el Profeta; no, él dice que estaba cerca de la puerta. Como, entonces, este lugar estaba cerca del palacio, se le ordenó al Profeta que ocultara allí las piedras, y a la vista de los judíos. Este fue el símbolo. Ahora, se muestra para qué fin Dios tendría que fijar las piedras en la arcilla o el cemento; porque si el Profeta hubiera hecho rodar las piedras allí con gran esfuerzo, no habría habido instrucciones; y todas las señales que conocemos son sin sentido y sin ninguna importancia sin la palabra. Es la palabra de Dios, entonces, que de alguna manera da vida a los signos, y los aplica para el beneficio e instrucción de los hombres. Por lo tanto, se agrega el mandato de Dios de que él debía hablar a los judíos: Les dirás: Así ha dicho Jehová. Él trae a Dios como el orador, para que la amenaza sea más efectiva, como se ha dicho en otra parte; porque si solo hubiera relacionado las palabras de Dios, no podría haber detenido su atención, lo cual fue muy tardío. Esta, entonces, es la razón por la cual él habla en la persona de Dios mismo.

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